martes, 10 de marzo de 2015

Gotas (2005)

Gota a gota, la lluvia va llegando a su fin. Gotas gruesas, de una lluvia que se presentó sin pocos preámbulos, que finalmente derivaron en estas minúsculas agujas.
Miro por la ventana, y obviamente, ni un solo solo ser asoma la nariz en este dia gris como pocos. Vuelvo mi vista hacia adentro, y oh casualidad, descubro una pequeña mancha de humedad. Me doy cuenta que en realidad, no es nueva la mancha, pero si es la primer vez que la percibo conscientemente.
Y en toda estos nimios pensamientos, mi mente se sumerge en el tedio, y en el aburrimiento, comienzo a pensar en mi mismo, y luego en el ser en general.
¿Será cierto, como estoy pensando ahora, que solo somos entes sin sentido en este mundo? ¿Será cierto, que en el fondo, ni siquiera este mundo tiene sentido alguno?
¿Será cierto, que en todo ese sin-sentido, el hombre es sólo un patético segundo, un triste solitario que nunca cambia su condición?
¿ Y será verdad que después está la Nada? ¿Que la Verdad se nos escapa de las manos, y que todo lo que creemos es una ilusión?
Entonces, si nada de eso es seguro...¿que es lo que tiene sentido?
Solo lo que hacemos y lo que amamos tiene sentido. Solo de tus acciones podés estar seguro...solo de tus sentimientos, que pese a ser a veces efímeros, son los mas valioso que tenés.
Disfrutá la vida, se féliz. No sabemos si ha algo más, si hay un dios..asi que..se tu propio Dios!
Buena Vida para todos
Nolo

Segundo Round (2005)

La lámpara iluminaba débilmente la habitación. La lluvia iba llegando a su fin en la ciudad. Dentro de la pieza, una botella de whisky a medio tomar hacía compañía a un vaso vacío. Y allí estaba él. Sólo. Más solo que nunca, más solo que nadie. Allí estaba él, al pie de un taburete, con la soga presta a poner fin a todos sus sufrimientos.
Cosa extraña, en lo único que no pensaba Roberto en esos instantes era en la muerte. No se preguntaba que había más allá, sólo pensaba que debía ser mejor que su actual situación.
Se demoró unos segundos para poder repasar su vida brevemente. Trató de recordar algo de su infancia, pero sólo borrosas memorias felices acudían a su mente. Siguió por su adolescencia, típica como ninguna. Pasó de largo por su juventud exitosa, hasta que llegó a Claudia.
Claudia. Con sólo pronunciar ese nombre, todo su recuerdo adquiría consistencia. Pensó en aquella noche en que se habían conocido. El había ido a comprar cigarrillos,  a la salida del cierre de edición del periódico donde trabajaba por aquel tiempo. Fue ahí cuando la vio. Sola, en una parad de colectivo, ella leía. Roberto se preguntó que hacía una chica tan bella, leyendo a Bertrand Rusell, a esa horas de la noche. Pidió sus cigarrillos en el negocio.
Y fue ahí cuando comenzó a llover. Una lluvia, pesada como pocas. La chica, buscando refugio, corrió debajo del toldo. Roberto no pudo contener sus impulsos y la invitó a tomar un café y esperar a que pasara la lluvia.
Esa misma noche Roberto descubrió que estaba enamorado de ella. Rieron con sus ocurrencias, disfrutaron de la vida.
5 meses más tarde, Roberto se casaba con Claudia. El día mas feliz de mi vida, pensó Roberto. Pasaron dos años juntos, en los que la vida parecía un cielo azul sin nubes, en los que toda tormenta está lejos.
Hasta que un día Claudia pronunció la fatídica frase:
-Vamos a tener un hijo. Estoy embarazada-
Roberto rió, saltó como un delirante. Iba a tener un hijo con la mujer que amaba. No, sin dudas que era un hombre feliz.
Nueve meses pasaron desde la noticia. Roberto se recordó a sí mismo llevando a Claudia hacia el hospital, acelerando su coche a más no poder. Rememoró a Claudia entrando en la sala de urgencias.
Ansioso, daba vueltas por la sala de espera. Angustiado, jugaba con sus manos, caminaba, daba vueltas, caminaba nuevamente. Un médico, con cara visiblemente consternada lo tomó por el hombro y le preguntó:
-¿El señor Roberto Rodríguez?-
-Si, soy yo- respondió Roberto- ¿ Que pasa? ¿Cómo está mi esposa? ¿Ya nació mi hijo?-
El médico, como tratando de excusarse, le dijo:
-Sr., Rodríguez, lamento informarle que su hijo ha nacido muerto. En cuanto a su mujer..se encuentra en estado reservado, en la sala de terapia intensiva. Creo conveniente que...-
Y no pudo decir nada más, porque Roberto, presa de las más variadas emociones de dolor, salió corriendo hacia la sala donde estaba Claudia. Un enfermero intentó impedirle la entrada, pero Roberto lo apartó de un puñetazo.
Allí estaba Claudia. Su bella Claudia. Ella lo vio, lo miró a los ojos, hizo una débil sonrisa y cerró sus ojos. Cerró sus ojos y murió.
Roberto, como intentando rescatarla corrió hacia la cama, tomó el cuerpo ya inerte de su amada, y allí se quedó, llorando. Ahora era tan sólo eso. Un hombre solo en el mundo, llorando junto al cuerpo de la única persona que realmente le importaba en el mundo.
Los dos meses siguientes fueron un infierno. Abandonándose a la bebida, Roberto perdió su empleo, perdió a sus amigos, perdió todo lo que le quedaba. Su vida era un tormento, donde la cara de Claudia, su hijo muerto y todo lo que había sido su vida pasada desfilaban sin cesar, recordándole de vuelta que lo había perdido todo. Todo.
Pero ahora eso estaba por llegar a su fin. Acomodó el banquito, preparó la soga, Un pajarito pió por la ventana. El sol estaba saliendo.
Y el pensamiento de Claudia volvió a su cabeza. Pero esta vez de forma diferente. ¿Qué es lo que hubiera querido Claudia de él en una situación así? ¿Qué hubiera pensado ella, con todo su energía y valor, de ese acto de cobardía que él estaba por cometer? Ella seguramente hubiera seguido adelante, si hubiera estado en su lugar. Pero él no. Como un miedoso, huía a sus problemas, en vez de afrontar la vida y tratar de rehacerse. Lo que estaba por hacer, era en definitiva, una traición a Claudia.
Desató la soga, corrió el banquito, ordenó la pieza y tiró la botella. Se baño, se arregló un poco, y salió a la calle. El sol iluminaba su cara y se sentía extrañamente renovado. De pronto, se acordó de la frase de aquel gran boxeador que había dicho:
-“Aunque me estén moliendo a palos en la pelea, siempre sigo adelante. Porque aunque parezca que estoy completamente acabado, siempre me queda un round más”-
Y Roberto estaba decidido a ganar esa pelea con la vida.

Atardecer (2006)

El Atardecer (así, con mayúsculas) puede llegar a ser eterno en San Benito. O bien puede no existir. De una forma u otra, jamás será el atardecer promedio; nunca será igual a los demás.
Pero claro está, el Atardecer no existe por su cuenta. Además, está el pueblo (y es pueblo, jamás ciudad; pese a que los números del censo digan otra cosa). Y entonces, ese bellísimo atardecer se marchita, rodeado por San Benito. Y es que nada puede brillar en este páramo olvidado por Dios. Y por el Diablo también.
San Benito es un pueblo opaco. Ni siquiera es utilizable el apelativo de “gris”, pues el gris tiene alguna reminiscencia de blanco, que a fin de cuentas es la suma de todos los colores. No, San Benito es definitivamente opaco, como esas viejas baldosas de cemento de las veredas de antaño, que todo el mundo sabe que están, pero nadie piensa en ellas; incluso considerarían estúpido el hacerlo.
No sería justo decir que es un pueblo muerto, porque sus habitantes y el pueblo mismo viven; pero manteniendo sólo las funciones más imprescindibles, como si estuvieran sostenidos por un respirador artificial que los dejara seguir existiendo en su largo letargo. Es poco probable que muera; su cercanía con Paraná le da algo de fuerza (tampoco demasiada, Paraná no es una ciudad que se destaque por su tremenda actividad). Quizás en algún futuro no muy lejano termine siendo un “barrio” de Paraná, pero esto no cambiaría mucho las cosas.

(2006)

Cerveza + Ginebra + Jugo... Piensen que son las 12 de la madrugada de un lunes. Piensen que mañana no tienen nada que hacer, y que de fondo esta sonando Depeche Mode con "A Pain That I'm Used To". Ese es mi estado del momento.
Mierda, ¿será que escribo cuano estoy semi-ebrio nomás?. Si es así, mi carrera literaria va a ser corta.
Mañana no tengo nada que hacer, dije. Y es cierto. Ni mañana...ni en por lo menos unos 3, 4 meses de acá en adelante. Mi vida pasa por hacer, justamente...nada. Es más, hasta salgo menos de casa.
Y lo mas triste es que cuento esas cosas como un idiota via internet.
Bueno, ya recuperare alguna vida.
p/d: el miércoles voy a Rosario

Los murciélagos del 24 (2010)

Los murciélagos se alzaban en su vuelo errante (pero deliberado), como por millones de años lo habían hecho, buscando insectos desprevenidos; ignominiosamente ignorantes de los asuntos humanos, como una suerte de Dios alado y retrasado.
Y quizás los humanos allí debajo no eran mucho más conscientes que ellos de sus propios actos. Muchos de ellos, quizás la mayoría, simplemente se dedicaban a arrastrarse y parlotear sílabas, mientras aspiraban aire nocturno mezclado con humos de todo tipo.
Pero eran muchos los humanos. Docenas; cientos, inclusive. Reunidos allí: juntados allí, por un asunto terrible, profundamente trágico. Y es que ya de por sí es corta, y triste (al menos en su fin último) la existencia de este tal género bípedo, como para que entre ellos mismos la tornen aún más breve, y aún más desgraciada...
Estos humanos, ya se dijo, tenían este motivo trágico para estar reunidos en la noche (aparentemente) apacible. Y el origen de esta razón para el congregarse, estaba a 34 años atrás en el tiempo. Ese día, un grupo de homúnculos había considerado necesario derrocar a un gobierno (injusto, impopular, y ciego, pero legítimo). Y para colmo de males, a lo Bismarck, a sangre y fuego, se mantuvieron 6 años más en el poder. 6 años largos, días donde no les quedó, probablemente, fechoría aberrante alguna por cometer.
Y ahora estaban ahí los jóvenes y no tan jóvenes, junto como Natura (felizmente) los condena, rememorando el horrendo suceso. Y sí, es probable, quizás no todos comprendieran su magnitud; y ahí la razón de ciertos rostros despreocupados, rostros ciegos como el de los murciélagos.

Elogio de la mediocridad (2007)

En uno de los brillantes diálogos entre los protagonistas de “El Hombre Que Fue Jueves” (a propósito, cuando termines de leerlo, devolvelo), Chesterton, el hombre de la panza feliz, nos ponía frente a la siguiente discusión: Lucian Gregory, el poeta anarquista, sostenía que no había lugar más deprimente en el mundo, y no había cosa más ordinaria que un operador de subterráneo, que el subte mismo. Mientras tanto, sentado en la otra punta de la mesa, Gabriel Syme sostenía exactamente lo contrario…nos hacía ver, que contrario a lo que opinaba el anarquista, no hay cosa más extraordinaria, que (para dar un ejemplo más doméstico) tomarse el colectivo que va a Rosario desde Santa Fé, y que este, efectivamente, LLEGUE a Rosario; que ese colectivo bien podría terminar en Salta o en Beijing, o no llegar nunca: lo maravilloso era ese orden que permitía que las cosas fueran previsibles.
En El Eternauta, en su primera etapa, Salvo y el tornero Franco logran derrotar por primera vez a uno de los “Manos”. Mientras el Mano agoniza, recupera su “humanidad” (no es exactamente el término más apropiado, pero se entiende), y contempla una cafetera, una simple y corriente cafetera de lata. Y la describe como un objeto hermoso, aún cuando fuera un instrumento de los más ordinarios; logra ver en ella años, milenios de desarrollo humano, siglos de inventiva.
En diversas posturas artísticas es muy común que se sobrevalore lo raro, que se aplauda todo lo extraño, sólo por el hecho de ser diferente y extraordinario. También hay un notado menosprecio por todo aquello que sea común, por todo aquello “de todos los días”…en términos de muchos, todo eso es vulgar y feo. Se ha hecho de lo mediocre una denigración, y de la palabra patético, un insulto.
Pues yo me opongo, raza humana. Yo amo los colectivos. Amo caminar por las calles, aún con alguna bolsa de basura fuera de lugar. Amo ver los pocos potreros de fútbol que van quedando, y los niños sucios y transpirados insultando y corriendo detrás del balón. Adoro con todo mi corazón las tostadas que me hace mi abuela, todos los días desde que tengo memoria. Me gusta mi perro, también, con sus 15 años y su renguera encima.
No quiero sonar a discurso barato al estilo Coelho, no. Tampoco quiero ser un apologista del no evolucionar, no: siempre es necesario aspirar a más, a tratar de mejorar lo que nos rodea…mantenerse siempre en el mismo lugar es estúpido incluso.
Pero apunto a que también valoremos un poco más la mediocridad. ¿Dije mediocridad? Si, esa palabra tan poco querida hoy en día…la mediocridad, de acuerdo a los diccionarios, es lo mediano, lo de escasa importancia. Y yo digo que debemos valorar justamente eso: las pequeñas cosas, repetitivas si se quieren, que nos rodean.
Si no logramos reírnos y disfrutar (sin perder la visión objetiva en las cosas, por favor no caigamos en la locura) aún rodeados de las más normales cosas…estamos más jodidos de lo que ya estamos por ser humanos. Si no valoramos eso…entonces no sé para que estamos.
(Si, alguno podrá decirme que Podeti ya había hecho un post más o menos referido al mismo tema. Podrá ser, si…y probablemente el mío sea mucho más feo, y menos divertido. Pero tenía que dar mi posición al respecto, también).
"Sé siempre cómico en la tragedia. ¿Qué se puede ser sino?" (Gabriel Syme)

Entrada vieja (2010)




Alguna vez te tenía que pedir perdón. Porque lo que hice estuvo mal, fue un acto deleznable e inmoral; pero fundamentalmente por mí mismo. De hecho, es muy poco probable que alcances a leer esto, dada la cantidad de campos, ríos y horas que nos separan. Pero es que casi nunca se pide perdón buscando remedar nuestras acciones (y nunca funciona así, en realidad). No, lo hago por mí mismo, para tranquilizar mi conciencia. Es esto, o convertir los estupefacientes en algo diario, y limitarme a esperar una muerte absurda, en su lentitud.
Confieso que en aquel momento te odié mucho, Alejandro. O al menos sentí que odiaba, que te detestaba, que quería hacerte mal de todas las formas posibles. Más de una vez imaginé tu cadáver, tu cuerpo hermoso en un charco de sangre, y yo con una sonrisa espantosa ante el crimen imperfecto.
Pero es que tenía mis motivos para querer defenestrarte así: vos poseías algo que no merecías, ni comprendías, y lo injuriabas con tu conducta. Y el problema es, que ese algo me poseía sin saberlo, desde hace tiempo. Y ahora pienso que capaz vos sí lo sabías, y por eso hiciste lo que hiciste.
La vi por primera vez, el mismo día que vos; esa primer jornada de algún año de secundaria. En una mirada primigenia no me pareció la gran cosa. Hasta te diría que no me gustó, tan darkie ella y yo tan nativo de Los Cuises. Pero segundos después, la pude ver de perfil, bajo la luz de ese vitral sucio. Ella miraba la clase sin prestar atención, y hacía dibujitos toscos. Era perfecta. Su nariz, su boca masticando chicle, su pelo lacio, sus tetas grandes, su, su, su. Su todo. Ella ERA el todo. Resolví en ese mismo momento intentar conquistarla.
Pero poco pudo durarme la ilusión. Enseguida te vi: vos también la observabas, con menos admiración y más deseo que yo. Y al momento supe lo que podía pasar: o me seguía enamorando ciegamente de ella, y veía como vos te la ibas a apropiar de cualquier forma (porque sí, vos eras Alejandro, el morocho-alto-barbudo-pijudoyencantador, y yo Rodrigo, el rubio-flaquito-tequierosólocomoamigo). O podía resignarme, y aceptar mi destino de amigo simpático de la pareja.
Como lo había previsto, así se dieron las cosas. Ella se convirtió en tu novia, y yo en su mejor amigo. Pero, por supuesto nunca pude pensar en ella sólo como amigo. Por eso empecé a actuar raro, por eso me convertí en el adolescente escandalizador del pueblo. Por eso cuando salía con ustedes me embriagaba hasta la médula, y por eso buscaba cogerme cuanta minita se me cruzara. Demás está decir que sufría como un cerdo su compañía de pendejos felices, calientes y pseudo-enamorados.
El tiempo, por ser invento, quizás sea la única cosa inexorable en este mundo inestable. Y cuando nos tocó, empezó a gestarse la hecatombe. Vos y yo nos fuimos a la ciudad, buscando entender al universo mediante el estudio de la física. Ella, indecisa, se quedó a estudiar, quería ser maestra jardinera.
Los primeros meses conseguimos alcanzar cierta estabilidad; precaria, como se demostró cuando se puso a prueba, pero estabilidad a fin de cuentas. Los dos estudiábamos juntos, íbamos a la facultad juntos, repudiábamos al mundo juntos, y nos volvíamos los fines de semana al pueblo, juntos.
Está claro (o al menos ahora que lo observo a la distancia, que ya no sé si aclara u obscurece) que tal orden de cosas no iba a durar demasiado. Vos empezaste a hacer amigos en la pensión, en la facultad, en todos lados. Yo, por otro lado, me recluía cada vez más en mí mismo, y en el estudio. Y poco a poco empezaron a surgir los abismos.
La primer señal de alarma fue cuando me anunciaste que ese fin de semana te quedabas, que te la vigilara a Adriana, “jeje”. Me pusiste la excusa de que “me quiero quedar solo, a estudiar”, y bla bla. ¡Estúpido! Si vos no estudiabas nunca, eras un chanta que gastaba dinero de sus padres. Nunca fuiste muy bueno para mentir, tus engaños siempre fueron de medio pelo.
Reconozco, que igualmente, me alegré. Ese fin de semana la tuve a Adri sólo para mí; y pude regodearme en su charla ácida post-porro. Pero las siguientes semanas, su semblante se fue poniendo más sombrío. Sabía que nunca me lo iba a decir, pero empezaba a preocuparla tu ausencia, pese a los SMS pedorros que le mandabas.
Ahí fue cuando te comencé a rechazar. Creo que incluso te quería más que antes, al momento, porque la hacías feliz. Pero no podía superar que le quitaras la campana de su risa.
Y toda tragedia, tiene su punto de inflexión; la nuestra fue aquel 4 de agosto. Mis viejos por fin habían decidido sacarse la careta de “matrimonio perfecto”, y comenzaban una torpe guerra de insultos que terminaría en ése estrepitoso divorcio, y en mis 5 insoportablemente superficiales hermanastros. Así que decidí quedarme en Córdoba, para evitar ser un objeto más en sus batallas de desamor.
Cuando te lo anuncié, vos (lógicamente) te pusiste nervioso, te enojaste, fingiste alguna boludez, y te fuiste a fumar al balcón. Cuando volviste, por primera vez en tu vida (quizás la única) fuiste franco:
-Rodrigo, soy gay-me dijiste.
La noticia, por algún motivo no me sorprendió. Recité mi clásico discursito de la tolerancia, nos abrazamos, y vos me explicaste lo obvio: que tenías un tipo fijo con el cual garchabas seguido, que era enfermero, que iba ir esa noche a casa, que Damián era un divino.
Cayó tipo 9, te saludó con un beso a vos, y la mano firme a mí, y se preparó un fernet. Y la verdad es que era un morocho simpático, lindo, falso como vos. Miramos “Apocalipsis Now”, y los observaba con una sonrisa; pero para mis adentros, y muy a mi pesar, pensaba que eras un puto. Un puto de mierda, asqueroso, enfermo. Yo que siempre había defendido la causa L.G.B.T, que participaba en actos, odiaba a alguien por su elección sexual.
No, Philip Morris no me gusta, ahora bajo un toquecito y compro unos Marlboros, si, está todo bien. Bajé por el ascensor, y empecé a errar por las calles. Traté de apaciguarme, de racionalizar la situación. Pero el es gay, no está mal eso. No, no está mal. Pero cagarla así a Adriana, eso sí está mal.
Por suerte, o por desgracia, tenía plata en el bolsillo, y un colectivo a punto de salir de la terminal que pasaba por Los Cuises. No sé cuantas horas después bajaba en la ruta.
Caminé hasta el pueblo, y ella ya me estaba esperando en la plaza, según lo convenido. Le conté todo, con detalles exagerados inclusive. La dejé llorando, y fui a contárselo a un par más de conocidos. Al otro día, todos sabían ya que Alejandro Ismael Martínez Ruhl, era puto.
Sí, debería pedirte perdón, y a ella también. Estuvo muy mal mi acto. Vos nunca pudiste volver al pueblo, ni verme a mí, y tuviste que cambiarte de pensión, mientras tus caretas padres te seguían mandando plata, para que nunca volvieras, a ver si los echaban del Rotary Club. Creo que nunca, de todas formas, aceptaste reconocerlo, y por eso fue que te casaste con una barbie de centro-izquierda. Pobre cornuda feliz.
A ella la vi sólo una vez, casi de casualidad, hará 5 años. Es profesora de inglés, y la vida la marchitó y amargó.
Yo, mientras tanto, doy clases en una escuela técnica. Sigo solo, pese a alguna pareja ocasional, que invariablemente me deja (por lo general, mi pesimismo tiene la culpa).
Pero ahora puedo ver las cosas más claramente. No hice lo que hice, por un sentido interno de justicia, ni siquiera por estar tan enamorado de ella.
No, imbécil, no. Fue verte con otro lo que me enervó. Fue verte besar a otro tipo lo que me enfureció, lo que me motivó a actuar. Lo hice por nosotros. ¡Yo era quien debía besarte! ¡Yo era quien merecía cogerte, acariciar tu cuerpo tostado! Te amaba, te deseaba, cabeza de chorlito, te amaba más que a ella, inclusive.
Y nos cagaste, a los dos. Veinticinco años pasaron ya, y todavía sigo pensando en tu cabeza enrulada, en tus brazos que nunca me abrazaron.
Mi Ale, mi negro hermoso. Perdón por todo…pero los celos, los celos son así.